El código de la
Edad de Piedra que puede encerrar los secretos del origen de nuestra escritura
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Hace 14 horas
Son 32 trazos que se repiten, una y otra
vez, en las paredes de cuevas de toda Europa. Registros simples, apenas líneas
en zigzag, puntos, triángulos inacabados, cruces torcidas o lo que a simple
vista podrían ser figuras geométricas desprolijas. Pero no son un trabajo de
apuro o la creación de un dibujante torpe: los científicos creen que, en
conjunto, constituyen el código de escritura más antiguo del que se tenga
registro.
Y son el desvelo de Genevieve von
Petzinger, una paleoantropóloga de la Universidad de Victoria, en Canadá, que
está detrás de un inédito estudio del arte rupestre del Paleolítico.12 DIAPOSITIVAS
Días enteros en cuevas de difícil acceso:
así es el trabajo de la científica que estudia un misterioso código de la Edad
de Piedra.
"Me interesan los grandes patrones,
las posibles interconexiones entre dibujos y regiones, y eso sólo lo podemos
estudiar a gran escala", le dice a BBC Mundo.
El alcance geográfico del proyecto es
ciertamente ambicioso: abarca más de 350 yacimientos arqueológicos, "lo cual
no es tanto si se tiene en cuenta que son 30.000 años de historia".
Pero además, implica posar la mirada en lo
que muchos otros científicos han pasado por alto antes.
La paleoantropóloga canadiense no está
interesada en esas figuras más atractivas -los bisontes, las escenas de caza,
las representaciones claramente antropomórficas-, sino en escudriñar esos
registros que han sido catalogados de "geométricos", por falta de un
término más apropiado.
"Son los
dibujos descuidados, ignorados", se ríe.
Mirar sin ver
Los "dibujos ignorados" están
allí desde la Edad de Piedra, hace 10.000 a 40.000 años, y representan parte de
uno de los legados artísticos más antiguos del mundo, en la fase final del
último período glacial en Europa (por eso se lo llama también arte de la era
del hielo).
Silenciosos e inexplorados, podrían estar
hablándonos de "un cambio fundamental en las habilidades mentales de
nuestros ancestros", dice Von Petzinger: la capacidad de articular un
código, la misma que se requiere para desarrollar una escritura como hizo luego
el hombre moderno.
Y en muchos casos, su existencia no es
ninguna novedad.
"Pero los inventarios (que arman los
paleontólogos cuando llegan a estudiar una nueva cueva) ni siquiera decían qué
tipo de signos son, los consideran secundarios y no había manera de
compararlos".
Así fue que, hace tres años, la científica
se embarcó en un viaje por los fondos subterráneos, en compañía de su marido
fotógrafo.
Allí pasan la mayor parte de sus días,
hasta que "emergen de las cuevas" por la noche, según dice (y cuadrar
la conversación con BBC Mundo no fue nada fácil, damos fe).
52 cuevas en total, en muchos casos de
acceso dificilísimo por las condiciones geográficas o porque están en manos
privadas.
Como El Portillo, Santián o Las Chimeneas,
en España, y Niaux y Marsoulas en Francia, más otras en Italia y Portugal. La
mayoría, sin la popularidad de las cuevas más "mediáticas", como
Chauvet o Altamira.
Como no tienen el atractivo obvio de las figuraciones, nadie se encargó
de registrar estos trazos. Cuando empezamos a hacerlo, vimos que se repiten:
que hay un patrón"
"Y en muchas cuevas incluso
encontramos nuevo arte, que no había sido descubierto antes", apunta Von
Petzinger.
"Como no tienen el atractivo obvio de
las figuraciones, nadie se encargó de registrar estos trazos. Cuando empezamos
a hacerlo, vimos que se repiten, que hay un patrón".
Los fueron catalogando meticulosamente
hasta extraer una suerte de repertorio que se reitera sobre las piedras aquí y
allá: 32 símbolos, en total.
"Lo que es realmente interesante es
que son tan específicos que cada uno es muy diferente del otro. E incluso los
más inusuales se repiten (en otras cuevas) de manera idéntica. Las
posibilidades de que eso sea una coincidencia son bien pocas", señala la
experta.
Lo que esto significa, en otras palabras,
es que estaríamos en presencia de un código, preestablecido y compartido por
distintos grupos del Paleolítico.
También sugiere, dice la paleontóloga, que
existían conexiones entre lugares remotos en esa era prehistórica.
"Sabemos que en Europa había una activa
red de intercambio, y esto nos da una señal de cuán sofisticada era su
estructura social", dice la científica, que hace unos meses publicó un
libro con sus hallazgos ("The First Signs: Unlocking the mysteries of the
world's oldest symbols", en inglés.)
Un código, pero ¿qué significa?
Como cualquier científico curioso, a Von
Petzinger le encantaría poder leer detrás de los trazos para encontrar sus
significados.
Poder establecer con certeza, por ejemplo,
que la figura claviforme es una lanza, o que los registros peniformes son hojas
de árbol.
Pero es una misión imposible. "Por
mucho que quisiera, nunca vamos a poder estar en la cabeza de gente vivió hace
30.000 años", dice y se ríe.
"Incluso si no sabemos qué significan,
sí sabemos que debían tener un sentido. Eso lo indica la repetición".
Lo que importa, insiste Von Petzinger, es el
patrón.
"No se trata de un código como el
egipcio ni como la escritura cuneiforme, no es algo tan organizado. En ese
sentido, nunca vamos a poder descifrarlo, no tenemos material de referencia
para poder hacerlo".
El primer sistema de escritura que
conocemos, el cuneiforme, data de hace unos 5.000 años y su origen se establece
en el actual Irak. Pero, al igual que los complejos jeroglíficos egipcios, no
puede haber surgido de la nada.
Se puede decir que los sistemas gráficos desarrollados en Europa en la
Edad de Hielo son predecesores de los sistemas de escritura que vendrían
después. Son un primer código"
Los trazos que ordenó Von Petzinger pueden
ser un sistema más temprano de escritura: un "primer código humano"
inscrito sobre las rocas de las cuevas.
Lo radical del descubrimiento, confirman
los expertos, es que revela las habilidades básicas que se requieren para crear
un sistema de escritura: la capacidad de abstracción, el registro de marcas
gráficas, un sofisticado uso de símbolos.
"En un sentido general, se puede decir
que los sistemas gráficos desarrollados en Europa en la Edad de Hielo son
predecesores de los sistemas de escritura que vendrían después. No porque el
símbolo tal de esa época luego esté relacionado con el símbolo cual en una
etapa posterior, sino en el sentido de que son códigos".
Emojis prehistóricos
La científica los compara con los emojis,
los ubicuos íconos de la era de los teléfonos inteligentes que representan un
concepto en una única imagen.Así lo describió en una columna para la revista
Wired:"bien pueden haber sido parte de uno de los sistemas gráficos más
antiguos del mundo, además de precursores de esos simpáticos símbolos en tu
celular".
Y lo primero que hay que erradicar, señala
la científica, es esa idea de que los trazos de las cuevas europeas constituyen
figuras geométricas.
"Usamos esa
comparación porque no tenemos una mejor. Pero eso condiciona la manera en que
los miramos. Por ejemplo, deberíamos pensar que encontramos dibujos de animales
y humanos, pero ¿qué falta? ¿Dónde está la naturaleza en todo lo que vemos
pintado en las cuevas: es que nunca pintaron un árbol o un río, que son
elementos muy importantes en la vida de una sociedad recolectora y
cazadora?"
Así, la hipótesis es que estas figuras
inexplicadas pueden referirse a cosas que no figuran en los dibujos de una
manera obvia: una montaña, las estrellas, un arma…
No son formas abstractas, como sugiere un
análisis perezoso, sino representaciones de ideas estandarizadas.En su
simpleza, los símbolos también se anotan otra cualidad: son democratizadores,
dispara Von Petzinger.
"Dibujar un
mamut o un caballo requiere de habilidades que pocos tienen, pero un cuadrado o
un zigzag lo puede hacer cualquiera".
Y al ser más accesibles, son mejores como
herramienta de comunicación: una virtud a la que aspira cualquier lenguaje que
se precie.
Pero la paleoantropóloga no se conforma con
estas hipótesis.
¿Su próximo paso en busca de sentido para
los misteriosos dibujos?
Incursionar, mediante robots submarinos, en
las cuevas sumergidas e inexploradas de la costa de Cantabria, para buscar más
signos, más trazos, que echen luz sobre cómo el hombre moderno aprendió a
escribir.
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